Hoy quiero hablaros del Primer Ciclo. El gran olvidado entre los olvidados de la Educación, del que muchos hablan y pocos valoran como merece. Protagonista de artículos en revistas para madres (y ¿padres?), artículos de pedagogía y congresos de Educación en los que se presenta subrayado como "LA ETAPA EDUCATIVA MÁS IMPORTANTE".
¿Etapa educativa? ¿Importante? ¿Se considera realmente el 0-3 una etapa susceptible de calificarse como educativa? ¿Es que acaso se enseña y se aprende en una guardería? ¿Será que las cuidadoras que alimentan y cambian el pañal a las criaturas saben algo de educación?
Antes de opositar y trabajar en un CEIP trabajé unos cuantos años en el primer ciclo. Tengo que decir que ya salí algo escarmentada de la carrera por los "eso, eso, ¡pinta y colorea!" de los vecinos camisas de rayas de la facultad de economía, los "ay pero estos niños son muy pequeños" de tíos y cuñadas varias y los "bueno es que magisterio es una carrera fácil". Pero yo había estudiado, preparado, leído, creado mil talleres y actividades y no me importaba. Lo mío era vocacional y me creía preparada para enfrentar chistes y ninguneos en toda clase de encuentros sociales.
Pero lo que no sabía era que aquello trascendía mucho más de una conversación de barra de bar: iba a enfrentarme al desprecio institucional. Iba a trabajar en una etapa a la que el sistema educativo no concede la relevancia suficiente como para desarrollar en su currículo las enseñanzas y contenidos que abarca. Iba a encontrarme con la palabra GUARDERÍA en medios de comunicación hasta que me sangrasen los ojos. Iba a pertenecer a un sector cuyos salarios no superaban el SMI e iba a tener que buscar otro trabajo para poder llegar a fin de mes. Un sector en el que las contrataciones en categorías profesionales inferiores son la norma: directoras contratadas como maestras, maestras contratadas como educadoras y educadoras contratadas como auxiliares.
Si habéis llegado hasta aquí y no os ha llamado la atención el uso del femenino genérico os diré que no es una casualidad. Como no es una casualidad que profesionales que tienen a su cargo la vida de hasta 20 niños de dos años cobren el mismo salario que un trabajador sin cualificación ni responsabilidad. Y tampoco es una coincidencia que la Carta Social Europea afirme que en un sector en el que el 95% de las empleadas son mujeres, estas sean trabajadoras pobres.
No lo es porque somos mujeres. Y es aquí donde entra en juego la famosa vocación. Como mujeres, elegimos esa profesión destinada a los cuidados porque hemos nacido para eso, para entregarnos en cuerpo y alma a la crianza (incluso aunque las criaturas que cuides no sean tuyas). Porque elegimos libremente y por vocación aguantar toda esta precariedad porque amamos lo que hacemos.
Esta feminización del sector responde una vez más a las herramientas del patriarcado de la libre elección: vivimos en una sociedad formalmente igualitaria en la que se nos ha convencido de que las mujeres consentimos y tomamos decisiones que nos conducen a la precariedad de forma libre y voluntaria. Los modelos de crianza y los agentes socializadores nada tienen que ver en aquello que elegimos.
En plena crisis del coronavirus hemos asistido una vez más a una clara ejemplificación del desprecio institucional hacia el sector. El estado decreta la suspensión temporal de las clases hasta nuevo aviso. Al día la siguiente, la Consejería de Educación de la CAM publica unas instrucciones bastante ambiguas en las que en principio y a pesar de la ausencia de alumnos, "los trabajadores acudirán a sus puestos de trabajo de forma habitual" a excepción de los trabajadores del primer ciclo (aquí sí usamos masculino genérico). Se monta un gran revuelo: "claro a ver por qué ellos sí y nosotros no", "yo también me expongo al venir aquí" bla bla bla, y al día siguiente, ¡tachán! La CAM suspende los contratos con las empresas que gestionan la red pública de escuelas infantiles. A pesar de que ese dinero ya estaba presupuestado y a pesar de que la LOMCE estipula que la etapa 0-3 es la primera del sistema educativo español y, por tanto, debería reconocerse como tal y ser tratada como el resto de las etapas educativas.
En el primer ciclo también se programa. Se programa absolutamente todo porque todas las actividades que se desarrollan se consideran educativas y, por lo tanto, objeto de reflexión y planificación. Cuando cambiamos un pañal, cuando atendemos las necesidades de higiene, comida y descanso lo hacemos considerando estos momentos recursos pedagógicos de primer orden pues proporcionan al niño un marco estable y seguro. Cuando preparamos una actividad, previamente hemos seleccionado minuciosamente y atendiendo a criterios pedagógicos el qué, el cuándo y el cómo de cada niño y niña. Hemos tenido en cuenta de manera individual su nivel de desarrollo, sus capacidades, sus preferencias y sus necesidades y os puedo asegurar que en esta etapa más que en ninguna otra cada niño o niña necesita una cosa diferente.
Y para eso hay que estudiar. Y mucho. Propuestas metodológicas que van desde el movimiento libre de Emmi Pikler, la importancia del ambiente por María Montessori, la exploración y la experimentación por Elinor Goldschmied o la pedagogía del asombro de las escuelas Reggio Emilia entre muchísimas otras.
Pero es que además en el primer ciclo se tiene en cuenta a las familias con todo lo que ello supone. Contacto directo diario, participación en el aula, madres desbordadas que piden consejo, abuelas que acuden a la escuela a por su nieto y de paso hacen terapia, familias que agradecen y ensalzan tu trabajo y familias que desprecian todo un día de atenciones porque has puesto al revés un calcetín.
Todo esto requiere tiempo, un tiempo valioso que en la mayoría de las casos no se contempla en la jornada laboral de las educadoras. En las escuelas infantiles no hay exclusiva, se programa y se evalúa en casa por 900€ al mes si tienes suerte.
Espero y deseo que cuando todo esto pase, que pasará, iniciemos un cambio radical en el reconocimiento de la identidad docente y la dignificación de un sector que dedica su labor a la etapa más importante del sistema educativo, el 0-3.
¿Etapa educativa? ¿Importante? ¿Se considera realmente el 0-3 una etapa susceptible de calificarse como educativa? ¿Es que acaso se enseña y se aprende en una guardería? ¿Será que las cuidadoras que alimentan y cambian el pañal a las criaturas saben algo de educación?
Antes de opositar y trabajar en un CEIP trabajé unos cuantos años en el primer ciclo. Tengo que decir que ya salí algo escarmentada de la carrera por los "eso, eso, ¡pinta y colorea!" de los vecinos camisas de rayas de la facultad de economía, los "ay pero estos niños son muy pequeños" de tíos y cuñadas varias y los "bueno es que magisterio es una carrera fácil". Pero yo había estudiado, preparado, leído, creado mil talleres y actividades y no me importaba. Lo mío era vocacional y me creía preparada para enfrentar chistes y ninguneos en toda clase de encuentros sociales.
Pero lo que no sabía era que aquello trascendía mucho más de una conversación de barra de bar: iba a enfrentarme al desprecio institucional. Iba a trabajar en una etapa a la que el sistema educativo no concede la relevancia suficiente como para desarrollar en su currículo las enseñanzas y contenidos que abarca. Iba a encontrarme con la palabra GUARDERÍA en medios de comunicación hasta que me sangrasen los ojos. Iba a pertenecer a un sector cuyos salarios no superaban el SMI e iba a tener que buscar otro trabajo para poder llegar a fin de mes. Un sector en el que las contrataciones en categorías profesionales inferiores son la norma: directoras contratadas como maestras, maestras contratadas como educadoras y educadoras contratadas como auxiliares.
Si habéis llegado hasta aquí y no os ha llamado la atención el uso del femenino genérico os diré que no es una casualidad. Como no es una casualidad que profesionales que tienen a su cargo la vida de hasta 20 niños de dos años cobren el mismo salario que un trabajador sin cualificación ni responsabilidad. Y tampoco es una coincidencia que la Carta Social Europea afirme que en un sector en el que el 95% de las empleadas son mujeres, estas sean trabajadoras pobres.
No lo es porque somos mujeres. Y es aquí donde entra en juego la famosa vocación. Como mujeres, elegimos esa profesión destinada a los cuidados porque hemos nacido para eso, para entregarnos en cuerpo y alma a la crianza (incluso aunque las criaturas que cuides no sean tuyas). Porque elegimos libremente y por vocación aguantar toda esta precariedad porque amamos lo que hacemos.
Esta feminización del sector responde una vez más a las herramientas del patriarcado de la libre elección: vivimos en una sociedad formalmente igualitaria en la que se nos ha convencido de que las mujeres consentimos y tomamos decisiones que nos conducen a la precariedad de forma libre y voluntaria. Los modelos de crianza y los agentes socializadores nada tienen que ver en aquello que elegimos.
En plena crisis del coronavirus hemos asistido una vez más a una clara ejemplificación del desprecio institucional hacia el sector. El estado decreta la suspensión temporal de las clases hasta nuevo aviso. Al día la siguiente, la Consejería de Educación de la CAM publica unas instrucciones bastante ambiguas en las que en principio y a pesar de la ausencia de alumnos, "los trabajadores acudirán a sus puestos de trabajo de forma habitual" a excepción de los trabajadores del primer ciclo (aquí sí usamos masculino genérico). Se monta un gran revuelo: "claro a ver por qué ellos sí y nosotros no", "yo también me expongo al venir aquí" bla bla bla, y al día siguiente, ¡tachán! La CAM suspende los contratos con las empresas que gestionan la red pública de escuelas infantiles. A pesar de que ese dinero ya estaba presupuestado y a pesar de que la LOMCE estipula que la etapa 0-3 es la primera del sistema educativo español y, por tanto, debería reconocerse como tal y ser tratada como el resto de las etapas educativas.
En el primer ciclo también se programa. Se programa absolutamente todo porque todas las actividades que se desarrollan se consideran educativas y, por lo tanto, objeto de reflexión y planificación. Cuando cambiamos un pañal, cuando atendemos las necesidades de higiene, comida y descanso lo hacemos considerando estos momentos recursos pedagógicos de primer orden pues proporcionan al niño un marco estable y seguro. Cuando preparamos una actividad, previamente hemos seleccionado minuciosamente y atendiendo a criterios pedagógicos el qué, el cuándo y el cómo de cada niño y niña. Hemos tenido en cuenta de manera individual su nivel de desarrollo, sus capacidades, sus preferencias y sus necesidades y os puedo asegurar que en esta etapa más que en ninguna otra cada niño o niña necesita una cosa diferente.
Y para eso hay que estudiar. Y mucho. Propuestas metodológicas que van desde el movimiento libre de Emmi Pikler, la importancia del ambiente por María Montessori, la exploración y la experimentación por Elinor Goldschmied o la pedagogía del asombro de las escuelas Reggio Emilia entre muchísimas otras.
Pero es que además en el primer ciclo se tiene en cuenta a las familias con todo lo que ello supone. Contacto directo diario, participación en el aula, madres desbordadas que piden consejo, abuelas que acuden a la escuela a por su nieto y de paso hacen terapia, familias que agradecen y ensalzan tu trabajo y familias que desprecian todo un día de atenciones porque has puesto al revés un calcetín.
Todo esto requiere tiempo, un tiempo valioso que en la mayoría de las casos no se contempla en la jornada laboral de las educadoras. En las escuelas infantiles no hay exclusiva, se programa y se evalúa en casa por 900€ al mes si tienes suerte.
Espero y deseo que cuando todo esto pase, que pasará, iniciemos un cambio radical en el reconocimiento de la identidad docente y la dignificación de un sector que dedica su labor a la etapa más importante del sistema educativo, el 0-3.